martes, 31 de diciembre de 2013

Vértigo

Un año que nos deja y otro que viene. Ya desde sus orígenes el ser humano sintió la necesidad de conceptualizar todos aquellos estímulos percibidos a través de los sentidos y cada una de las piezas que componen la realidad cotidiana. Así ocurrió, por ejemplo, con el tiempo; integrado en nuestro devenir diario después de un variopinto proceso de desarrollo y que tantos quebraderos de cabeza nos da en la actualidad.

Si hay un momento del año que tiene especial importancia en nuestra manera de medir el tiempo es el día de hoy. Una etapa parece cerrarse y nuevas esperanzas se ciernen sobre nuestros actos; sin embargo, creo que no ha de ser así. En esta coyuntura tan adversa sólo el aplomo continuado puede dar sus frutos, tomando las riendas ante un horizonte de incertidumbre y evitando el refugio efímero en iniciativas vanas.

Siempre hay episodios de nuestra vida envueltos en penumbra, en los que una fuerza extraña nos empuja a construir poco a poco un futuro que, creemos, será más agradecido con nuestras conquistas. Creo que es lo mejor que se puede desear a día de hoy, perseverar hasta perder el sentido y permanecer firmes  en nuestros propósitos.

A pesar de mi escepticismo desearos un buen comienzo de año, mes y día y que vuestras ilusiones sean tan fuertes como ayer y mañana. Al final del camino, aunque no obtengáis los resultados esperados, siempre quedará la satisfacción del trabajo y el esfuerzo; al final del camino nuestra conciencia será nuestra mejor aliada.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Desidia constitucional


Empiezo a escribir estas líneas a vuela pluma. Actualmente nos encontramos en el siglo XXI, nuestros Estados han avanzado lo suficiente para reconocer y garantizar los derechos de sus concicudadanos bajo el resguardo de un barniz jurídico, esto es, el Estado de Derecho. La manifestación más importante y acabada del largo proceso que comenzó hace un par de siglos, con la Revolución Francesa, han sido y son las Constituciones, auténticos ejes rectores de todo el engranaje institucional estatal.


La nuestra, la española, está de celebración. Como es natural muchas cosas han cambiado, los constituyentes y arquitectos de la realidad política, jurídica y social en la que estamos inmersos quizás no previeron las consecuencias de la misma. Lo cierto es que después de estas décadas los partidos políticos han hecho de este texto, y de su planteamiento vertebrador del Estado, una especie de cuerpo al que yuxtaponer su propia infraestructura orgánica de poder con el fin de preservar sus intereses particulares y esquivar con sutileza, o ni siquiera eso, muchos de los preceptos esenciales de la misma.

La Constitución del consenso se ha convertido en la legitimadora de la clase política y en el papel higiénico de los nacionalismos periféricos. Una flor marchita vapuleada por el Alto Tribunal que tenía que servir de escudo contra las injerencias de los poderes del Estado y de sus empresas privadas. Hoy, conciudadanos, arrastramos la endogamia que nos ha caracterizado a lo largo de nuestra historia constitucional reciente pero con una apariencia renovada.

Y el fondo del problema viene siendo el de siempre: la carencia de un nacionalismo maduro y bien construido (no como ideología, sino como instrumento de ciudadanía); las pesadas cadenas de una abigarrada experiencia política; y el más lamentable, la necesidad de una ley educativa fruto de un pacto de Estado entre nuestras fuerzas políticas.

En definitiva, las Constituciones siguen siendo bandera de intereses corporativos en el seno del Estado sin responder por y para el conjunto de los ciudadanos.

Feliz puente

sábado, 16 de noviembre de 2013

La perla del Lacio

Casi dos semanas después, en mi horizonte mental, aún se perfilan sus colinas. La Ciudad Eterna enamora desde el  primero de sus adoquines hasta el más recóndito de sus rincones. Y no es para menos. Siglos de historia han recorrido sus calles y plazas como testigos impávidos de tumultos políticos, manifestaciones artísticas y una riqueza cultural sin parangón que a nadie deja indiferente.

Son muchas las maravillas de las que se puede disfrutar. La puesta de sol sobre el foro público desde el Tabulario, el resonar de las voces y pisadas de los turistas en el interior del Panteón de Agripa o el intenso sabor del café capaz de ponerte la piel de gallina. Todo ello por un precio bastante asequible, salvo para los refrescos y el agua, mucho cuidado.

Pero si hay algo presente en cada una de sus esquinas es la religión y, en especial, la cristiana. Podemos ser más, menos o nada creyentes pero es indudable admitir que la huella de los papas como mecenas de las artes e impulsores de genios desconocidos, convertidos en insignes maestros, fue descomunal. Cualquiera de las múltiples iglesias que se pueden visitar son un cúmulo de sensaciones y contrastes: de la sobriedad de sus fachadas a la suntuosidad y riqueza interior de sus frescos y capillas; sin olvidar la armonía arquitectónica de todo su conjunto.

Percibir tal cantidad de tesoros en piedra y oleo en tan poco espacio nos recuerda un elemento esencial. Roma fue, ha sido y es epicentro casi indefinido de poder político y espiritual durante más de dos mil años y eso se nota. Si las mencionadas iglesias quedan vinculadas a una auténtica miríada de órdenes religiosas, los restos de la Roma imperial atestiguan el asentamiento de una tupida red político-administrativa de dominio que alcanzó, en su máxima expansión, desde la actual Palestina hasta la península Ibérica y desde el cauce del Danubio hasta los territorios septentrionales de África, con Egipto como gigantesco "granero" del imperio.

En la actualidad el núcleo de la capital italiana rezuma dinamismo. Son muchos los que me mencionaron que uno de los recuerdos inevitables que traería conmigo de vuelta sería la suciedad y la dejadez. Sin embargo no hay más que pasearse por la vía del Corso o Condotti para comprobar como las firmas de moda más reputadas se agolpan, a modo de lujosas embajadas, a la espera de visitantes de gustos refinados y caros, muy caros. No es difícil ver grupos de turistas boquiabiertos frente a los escaparates observando las prendas y accesorios de hasta cuatro cifras de valor, prendados de un hedonismo efímero inalcanzable para sus bolsillos.
 
También tuve la oportunidad de recorrer el Trastevere durante una noche. El barrio bohemio de la capital resultó apasionante, pues a pesar de que no alberga la densidad de vestigios del casco antiguo, posee una esencia particular que resulta recomendable experimentar.

No hay que olvidar la Ciudad del Vaticano. Es posiblemente la zona que mayor desencanto me causó porque, para tratarse del corazón de la Cristiandad, no parece un lugar de acogida para los cristianos, sino un colosal y frío monumento a los pontífices de la Iglesia Católica que provoca rechazo y antipatía. Es obligada la visita a los Museos Vaticanos, que dan cabida a auténticas joyas artísticas; y a la capilla Sixtina, como plato fuerte. Pero la Basílica y la Necrópolis disfrazan los grandes engaños de una religión, que como tantas otras, parece necesitar de ídolos y mártires de pies de barro con los que trasmitir la fe de un Dios creado a imagen y semejanza del ser humano.

En fin, pase lo que pase Roma siempre parecerá ser capaz de detener el tiempo. Quizás por ello ostenta el calificativo de "eterna" aunando pasado, presente y, por qué no, futuro. Y yo espero vivir lo suficiente para regresar y perderme entre sus calles, arrojar más monedas a la Fontana de Trevi, ante la mirada inmortal del dios Océano, y empacharme con sus delicias culinarias.


Ciao ragazzos

domingo, 6 de octubre de 2013

Veteranos

Pocas horas atrás regresaba a casa entre los abrazos de la madrugada. Ni siquiera recordaba lo que era una noche épica, de las de antes, de las que ya no abundan. La calidez de las conversaciones interesantes, la atmosfera cargada de nicotina y el trasiego de botellas de vino refinado entre los comensales ya presagiaban una buena salida.

Comenzamos entre una degustación de setas, tomates y embutidos. Como si de un homenaje a nuestra tierra se tratara, el chef puso el broche de oro a la creatividad de cada uno de sus platos y nos elogio con una brillante clase magistral sobre las variedades y el cuidado de los productos que había aderezado. Aún quedan lugares de arraigada tradición culinaria con los que las grandes empresas de comida basura no han podido, a pesar de subsistir con un hálito suave y débil pero decidido.

Proseguimos nuestra particular celebración por la solitaria vida nocturna. Aunque no por mucho tiempo, pues por delante quedaba la sorpresa de un ambiente cambiante asaltado por una muchedumbre más que sedienta. Y así, lingotazo tras lingotazo, continuo el homenaje a los veinticinco, con ganas de dar mucha guerra y de lucir las cicatrices de la experiencia bajo las rutilantes ráfagas de la luna junto con mis egregios acompañantes vitales. No es la emoción, sólo el peso de los años y la majestuosidad que desprende la veteranía.

Imagen: Nighthawks, de Edward Hopper 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Poder, Secreto y seducción

Hace poco más de un año tuve la oportunidad de investigar sobre un tema que me apasionó. A lo largo de la historia el poder se ha configurado como uno de los rasgos más codiciados por la naturaleza humana, bien por la atracción que desprende bien por su especial erotismo. Estudios psicológicos han hecho hincapié, por ejemplo, en la progresiva alteración que exhibe la conducta de los mandatarios en el desempeño de sus cargos.

Más allá de esta dimensión afrodisiaca y estereotipada existen casos de particular interés. Uno de ellos es el presente en el campo de la Diplomacia y las Relaciones Internacionales durante el reinado de Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI. Este príncipe cristiano que asentó su corte en Madrid hacia 1561 gobernó, con puño de hierro y guante de seda, un territorio comprendido entre las islas Filipinas y la actual Italia, con un total aproximado de cuarenta millones de súbditos.

Esta vasta extensión acogió en su seno un mosaico de reinos que, como patrimonio real y bajo la unidad de la conocida como Monarquía Universal Católica, marcó la política internacional y europea durante las siguientes décadas. Desde la corte madrileña el soberano ocupó una posición preeminente, como centro de una poderosa maquinaria burocrática de consejos y juntas que proyectó una colosal administración en el territorio.

En paralelo a este edificio administrativo interno existió otro externo. La administración exterior, instituida para el mantenimiento de relaciones con otros príncipes de la Cristiandad, desplegó un andamiaje de representación más allá de las fronteras de la Monarquía que situó a embajadores y secretarios de embajada como cabezas de fila. Estos pronto se consolidaron como ariete y alter ego de la voluntad real en tierras extranjeras, aportando un matiz de universalidad al poder de su representado.

Como vemos la estructura externa e interna se movió dentro de un marco tangible de poder. Fue en este entorno donde los tratadistas políticos empezaron a hacer alusiones a términos como el Secreto o acuñar términos como Razón de Estado; este último lo dejaremos para otra ocasión. El Secreto fue el oficio de espionaje o lo que actualmente está ligado al trabajo desempeñado por los servicios secretos de nuestros Estados de Derecho, salvando las distancias.

Si embajadores y secretarios fueron adalides de la acción exterior, debemos detenernos especialmente en estos últimos. Su extensa permanencia en el cargo y sus amplias atribuciones los colocaron al frente de una tercera estructura de poder no tangible. Los secretarios se encargaron de crear, financiar y ampliar redes de espionaje por todo el continente desde la corte más suntuosa hasta el más sucio de los callejones, siempre y cuando existiera información valiosa.

Así las cosas dichas redes estuvieron engrosadas por agentes, enlaces y confidentes. Todos ellos coordinados por los secretarios desde las embajadas, mientras estos lo fueron a su vez por el Secretario Real, mano derecha del rey y auténtico cerebro gris de este tupido tejido. Sus funciones: recabar información para anticiparse a los movimientos de sus oponentes, conocer sus puntos débiles, golpear con contundencia y determinación en los momentos precisos, así como descabezar o desmantelar cualquier hostilidad que se fraguara en el seno de la organización real.

Pero en ningún caso debemos pensar que todos ellos se plegaron a una rígida disciplina, puesto que el mantenimiento de sus actuaciones derivó en elevados costes y sacrificios para la hacienda real; tampoco debemos pensar que, a pesar de estas sumas, mantuvieron su lealtad, ya que estaban a la expectativa de percibir sumas más apetitosas de otros oponentes.

¿Qué tiene que ver toda esta radiografía del poder filipino con la seducción? Sencillo. Como se ha venido avanzando las cortes europeas fueron durante la segunda mitad del siglo XVI auténticos epicentros de autoridad, desde donde las facciones pugnaron por ocupar las altas instancias del organigrama de autoridad. En este contexto cuando un nuevo embajador llegaba a la corte debía tener en sus manos un amplio y detallado informe sobre las facciones nobiliarias, los personajes más ilustres y los agentes sobre el terreno. Con ello el cumplimiento de la voluntad de su rey resultó más fácil de abordar.

Su campo de acción no se limitó al concurrido ambiente cortesano puesto que los embajadores solicitaban audiencias privadas con el soberano extranjero. De esta manera los designios de amplias entidades de poder quedaban en manos de una conversación entre dos personas en las que mucho tuvo que ver la seducción, al menos la política. El objetivo de cada una de las partes era obtener de su interlocutor el mayor número de concesiones o prebendas, ya que si el embajador había recibido información previa sobre el comportamiento, las preferencias y preocupaciones del príncipe su labor resultaba más eficiente. Al contar con este conocimiento hostigar al soberano era más sencillo, pues se le decía lo que quería oír y se le agasajaba con toda suerte de cumplidos.

Este forma de proceder constituyó, a mi modo de ver, un auténtico medio de seducción. Aunque con un matiz más político que sentimental, guiado este último por la espontaneidad y por la conquista de la persona en sí misma, sin llegar a percibir sus intereses igualmente. La situación hipotética sería la siguiente: imaginad una estancia empedrada y decorada con ricos tapices en la que dos personas, de gran autoridad, se desnudan dialécticamente para rebajarse o defender hasta el sinsentido argumentos inefables; o al contrario.

Llegados a este punto en mi pensamiento empezaron a aflorar ciertas conjeturas. Cuando trabajas dentro de unos márgenes analíticos a una alta intensidad y en un periodo de tiempo reducido resulta complicado atender todos aquellos detalles que no terminan de encajar. De este modo, después de finalizar la investigación, advertí como en este mundo de hombres existieron excepciones en las que las mujeres tomaron partido a la hora de decidir sobre los designios políticos de sus reinos.

Dado que nunca pudieron acceder a la condición de embajadoras, sí lo hicieron como reinas. Así ocurrió en la Francia de Catalina de Medicis o en la Inglaterra de Isabel I; en estos casos resulta interesante la correspondencia que mantuvieron los embajadores filipinos con su rey en referencia a las audiencias con las soberanas. La tensión, desesperación y agotamiento se repitieron en las misivas, puesto que las negociaciones con ellas resultaron siempre una pérdida de tiempo o una seducción imposible.

Este último año he intentado resolver este pequeño detalle y es posible que haya dado con la solución. Después de acudir a libros de psicología sobre lenguaje gestual y corporal, así como de mecanismos naturales de manipulación, parece más comprensible. Resulta que nuestro lenguaje se puede analizar siguiendo unas pautas matemáticas: cuando hablamos o escuchamos desplegamos inconscientemente toda una coreografía gestual que refuerza nuestras palabras o silencios, constituyendo estos gestos entre el 80 o 90% de nuestra comunicación. El resto queda a merced de las palabras, por lo que una descoordinación entre gestos y palabras puede proyectar en el otro interlocutor inseguridad, mentira o locura.

Pero aquí no termina la genialidad del asunto. Resulta que la mente femenina muestra una capacidad muy superior a la masculina en el análisis gestual por razones de instinto; esta ventaja es de diez sobre uno. Al ser consciente de que, por ejemplo, la posición de las extremidades, el tono de voz, la cadencia de parpadeo, la elevación de las cejas u otras tantas formas gestuales determinan más de lo que pensamos nuestras palabras, la desesperación protagonizada por los embajadores parece más comprensible; quedando completamente desarmados por la artificialidad y el intento de agrado de sus propios gestos.

Los resultados son realmente curiosos. He llegado a la conclusión de que la presión, que ya de por sí acompañó a los representantes reales en otros territorios -por la climatología, el idioma o la cultura- erosionó su comportamiento a la hora de dialogar con los diferentes príncipes extranjeros. Pero en el caso de Francia e Inglaterra las negociaciones siempre repiten un patrón de máxima tensión, tal y como atestiguan las constantes solicitudes de destitución por los propios embajadores, así como por el envío de misivas de las soberanas al rey recalcando ese cese; invitándole al relevo por otro representante más válido. Aunque hubo otras tantas misiones que atesoraron enconados enfrentamientos, como pudieron ser los de la Santa Sede con sus díscolos pontífices, ninguno de ellos posee la sutileza de los casos excepcionales referidos.

Para mí no es una novedad comprobar que, aunque nos vistamos, socialicemos y progresemos los seres humanos seguimos poseyendo una esencia instintiva o animal que no nos abandona y que, más allá de cualquier separación o desigualdad entre sexos, nos complementa. Creo que este es uno de estos casos. Y lo que me pregunto es: ¿Qué hubiera ocurrido si las mujeres hubieran tenido un mayor peso en la representación exterior? ¿El cariz de las negociaciones hubiera sido diferente? ¿Y el devenir de los acontecimientos? Nunca lo sabremos.

Imágenes:
Felipe II recibiendo embajadores en el Escorial
Los embajadores, pintura de Hans Holbein el Joven
Catalina de Medicis a las puertas del Louvre
Isabel I de Inglaterra en procesión

martes, 1 de octubre de 2013

Ínfulas de madurez

Con veinticinco años juegas en otro nivel. Tienes más de un traje en tu armario para las cenas que cada fin de año celebra la empresa en la que trabajas; le recuerdas a tu novia que cada día es más preciosa que el anterior y que con cada una de sus sonrisas podrías vivir una eternidad; te mueves en un coche que estás empezando a pagar a plazos desde hace nada; y, por supuesto, te juntas con los amigos, que trabajan desperdigados fuera de casa, para tomar unas copas y hablar de valores bursátiles, iniciativas legislativas o, simplemente, de los viejos tiempos.

De ser cierto todo rezumaría perfección y equidad pero ya no vives en los ochenta o los noventa. Llegar a los veinticinco en este momento en sinónimo de desolación y de dolorosas decepciones; o eso parece. La sociedad vigente todavía se alimenta de un arquetipo de veinteañero postuniversitario que accede con suma facilidad al mundo laboral y cuyas metas más o menos próximas se guían por saciar apetencias materiales que, ahora mismo, resultan inalcanzables y se han asociado erróneamente a la madurez.

Se respira una presión social que no resulta novedosa. Hubo otras épocas en que las metas establecidas por el propio devenir de la sociedad eran completamente diferentes y se llegaba a criticar o desconfiar del que no las conseguía. Este es sin duda uno de los grandes errores del ser humano que, como animal social, sigue repitiendo día tras día. Debemos desterrar la idea ampliamente extendida de que lo correcto o lo que procede es lo que más gente hace; siendo lo minoritario motivo de mofa, extrañeza o descrédito.

Va siendo hora de abrir los ojos y cambiar de perspectivas. Ni el materialismo ni el pensamiento general son el camino, ni siquiera la pretensión de caminar en busca del éxito. Disfrutar haciendo lo que nos gusta, aumentando nuestras posibilidades de cara a sentirnos en plenitud y equilibrio con nosotros mismos quizás sí lo sea. Cada persona es un mundo completamente diferente y siempre tendemos a agrupar y juzgar la realidad bajo conceptos y palabras estancas cuando lo bonito, lo que yo creo que enriquece, es aceptar, comprender y tolerar lo que percibimos como imperfecto.

Actualmente la sociedad se encuentra en un momento de cambio acelerado. La cuestión de progresar fue, ha sido y es inherente a la condición humana pero resulta completamente inútil prosperar destruyendo a la vez valores ya consolidados. Es inviable seguir avanzando sin haber asimilado previamente lo que la experiencia aporta. Nuestra economía, por ejemplo, ha llegado al absurdo de crear necesidades irrelevantes que hasta hace poco no existían (como estar comunicados a cualquier hora y prescindir de la intimidad como valor propio y de los demás), para acabar desatendiendo la supervivencia de ciertos derechos cuya conquista ha costado décadas (sanidad, educación o vivienda).

El consumismo desenfrenado no solo ha puesto en nuestras manos dispositivos de última generación, también ha hecho mella en nuestro pensamiento. La obsesión por conseguir cosas que no son tan imprescindibles como creemos se interpreta, en la mayoría de los casos, como la entrada en la edad adulta. Pero no nos equivoquemos, existe otro tipo de madurez que no se equipara a la posesión de cosas o a la autosuficiencia de la que pueda gozar un individuo por su trabajo. La madurez a la que yo me refiero parte de la observación del medio y de la reflexión pero, sobre todo, de la conversación con uno mismo. 

Debemos abandonar la idea de que nuestro objetivo es alcanzar el éxito porque de nada sirve sino estamos a gusto con nosotros mismos y de nada sirve si, como he dicho, sólo nos planteamos ese camino y dejamos de lado la posibilidad de crear tantos caminos como aptitudes poseemos o estemos dispuestos a adquirir.

Así las cosas la primera idea fundamental parte de la autocrítica. Desde el mismo momento en que seamos conscientes de que es preciso tomar las riendas de nuestra vida y asumamos las responsabilidades por nuestros actos tendremos mucho ganado. El problema viene cuando sólo nos centramos en percibir las circunstancias de dos formas: una buena y otra mala. La superación de esta percepción es el primer paso para dejar atrás la inmadurez y abrir la puerta a la tolerancia, es decir, flexibilizar nuestros criterios particulares a la hora de actuar e interactuar con los demás.

La segunda idea es la autodisciplina. Hasta ahora la disciplina ha sido esencial en nuestro crecimiento y formación pero debe ser abandonada cuanto antes. Mediante la disciplina se nos ha instruido durante largos años y nuestra mente ha estado expuesta a una constante calificación externa por parte de otros, hemos estado a la expectativa de que nuestros actos sean juzgados y corregidos por nuestros padres, profesores, etc. Sin embargo, como he dicho antes, es el momento de tomar la riendas y dejar atrás esa necesidad de calificación y agrado por/de los demás; será mejor que a partir de ahora esperemos lo justo de los demás, sin negarles nuestra ayuda cuando lo creamos conveniente, y pasemos a cimentar una conducta guiada por la aceptación y el crecimiento personal. Conducta ligada a la creación de estímulos particulares, pues ya no sólo somos alumnos, también somos nuestros propios maestros. Esto será posible si disfrutamos con lo que hacemos y consideramos que nuestro mayor premio y satisfacción supondrá convertir nuestras ilusiones en hechos. Pero para ello es requisito imprescindible comenzar por asumir responsabilidades.

La tercera idea es la templanza. Hoy en día cuando queremos algo lo queremos cuánto antes y de cualquier manera. Vivimos al límite y, habitualmente, por encima de nuestras posibilidades temporales. Es necesario alterar el planteamiento de que en la existencia todo viene seguido: nacimiento, educación, curro, jubilación y muerte. En la vida existen periodos de transición en los que reina la incertidumbre por el futuro y, desgraciadamente, nos refugiamos más de lo recomendable en ella. Uno de los momentos en los que esta incertidumbre aflora es al terminar la universidad y, particularmente, en la dificultad para encontrar trabajo tal y como lo ha planteado la coyuntura económica actual.

Ante esto podemos seguir lamentándonos por nuestra desgracia y esperar a que alguien llame a nuestra puerta para ofrecernos trabajo (jajaja); o podemos aprovechar los mejores años de nuestra vida para realizar una inversión a largo plazo y continuar preparándonos de cara a ese futuro que tanto tememos. En los tiempos de fuertes cambios que vivimos es muy recomendable estar atento a nuevas oportunidades o a la elaboración de fórmulas que pueden llegar a darnos de comer sin ni siquiera tirar de nuestro título universitario. La clave es reinventar y reinventarse. Lo que ya parece más complicado y atípico es invertir tiempo en pensar.

Si aunamos estas tres ideas podremos obtener ciertas ventajas y ampliar nuestro abanico de posibilidades. Como he dicho no creo que buscar el éxito, ni pensar que estamos abocados al fracaso sea la mejor opción: la clave es adaptarse y cuanto más hábilmente lo hagamos más aumentaran nuestras opciones. 

Huelga decir que no nos tenemos que dejar mediatizar por la opinión de medios de comunicación, políticos y demás parafernalia con la que nos acribillan diariamente, salvo en el caso en el que estemos dispuestos a discernir entre estar al día y dejarnos llevar por el pesimismo que parece acecharnos. Es lamentable que los sistemas educativos planteados por cada uno de los partidos que se alternan en el poder hayan provocado en el ciudadano la asociación de la cultura con los libros de autoayuda y no, por ejemplo, de literatura del Siglo de Oro o ensayos de diversa temática.

No es bueno que esperemos sentados a que sean ellos los que hagan su trabajo, seamos nosotros los que atendamos nuestras aspiraciones sin dependencias absurdas. Acabo de cumplir veinticinco años y aquí estoy más vivo que nunca, con planes para mi futuro en medio de esta tormenta de pesimismo. Y aunque mi camino no lo jalonan rosas os aseguro que mis pasos son firmes y la senda que dejo atrás el resultado de mis decisiones, para bien o para mal.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Los centinelas de Dios

Con casi quinientos ocho años de recorrido la Guardia Svizzera Pontificia es, si cabe, uno de los ejércitos más antiguos y pequeños del mundo. Más conocida como Guardia Suiza, la labor esencial de este cuerpo militar se centra en el mantenimiento de la seguridad del Estado de la Ciudad del Vaticano y, en particular, de su jefe ceremonial, el Papa. Pero más allá de sus llamativos uniformes y su pomposidad se esconde un auténtico grupo de soldados de élite adiestrados al más alto nivel.

Sus primeros pasos se remontan al siglo XV cuando varios pontífices, temerosos de sus enemigos, contrataron mercenarios suizos para su propia protección. Su institucionalización definitiva llegó con Julio II ocupando el trono romano en torno a 1506; su mitificación, con la férrea defensa protagonizada  durante el saco de Roma de 1527. En este episodio quince mil lansquenetes del emperador Carlos V tomaron al asalto la Ciudad Eterna, como castigo al pontífice por haberse alineado con el enemigo encarnizado de aquel, el rey francés Francisco I. 

Salvar a Clemente VII se llevó por delante la vida de más de un centenar de soldados suizos. Los supervivientes lo escoltaron hasta el altar mayor de la basílica de San Pedro por donde escapó al refugio papal, el castillo de Sant’ Angelo, a través del almenado Passetto di Borgo. Desde entonces el 6 de mayo de 1527 es motivo de celebración y orgullo para los centinelas vaticanos que conmemoran la defensa del Papa hasta el último hombre, mientras éste juramenta a los nuevos reclutas.


Ese juramento es el punto final de un largo periodo de adiestramiento y estricto cumplimiento de requisitos. Los ángeles custodios del Papa han de prestar sus servicios en el ejército suizo durante años antes de pasar otra temporada de adaptación tras los muros vaticanos; por no decir que han de contar con la nacionalidad suiza, ser católicos, no rebasar los veintinueve años, medir más de 1’74 o atesorar un pasado impoluto y ejemplar libre de antecedentes penales.

También existen una serie de mitos acerca de estos soldados. Se dice que debajo de sus vivos uniformes ocultan pistolas y granadas o que estos fueron diseñados por el mismísimo Miguel Ángel. Si bien se desconoce si mantienen oculta algún arma, su adiestramiento en el empleo de un gran número de ellas, de explosivos, así como su condición de tiradores expertos constituye una auténtica certeza. Por el contrario no fue Miguel Ángel el encargado del diseño de sus trajes, dado que el actual ronda el centenar de años de existencia y corresponde al que fuera comandante de la Svizzera, Jules Repond.

Repond, tras una meticulosa investigación e inspirándose en los frescos de Rafael, confeccionó el uniforme actual con los tradicionales colores de los Medicis. Sin embargo, junto a este uniforme de gala, diseñó otro para uso diario completamente azul y un último de color rojo para los oficiales. Además añadió a los tocados una pluma de avestruz de diversos colores según el rango de su portador.

En definitiva estamos ante un ejército profesional de élite de acusada longevidad que, en un futuro no muy lejano, quizás admita la presencia de mujeres. Como contrapartida a esta progresista noticia se suma un reciente escándalo romántico entre un capitán de la guardia y un prelado, nombrado por el Papa Francisco para engrosar la nueva cúpula del banco vaticano, ¿Será una maniobra para desacreditar el aperturismo del nuevo pontífice? ¿siguen sobrevolando los cuervos la ciudad de Pedro?

* Foto: Jura de un nuevo recluta levantando los dedos pulgar, índice y corazón en alusión a la Trinidad; posando su otra mano sobre la bandera de la Guardia.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Razón versus intuición

No suelo ver la tele pero hace unos días me quedé un rato mirando una entrevista que le hicieron a Punset. Me encanto su presencia y expresividad: tomándose su tiempo para escuchar a su interlocutor y contestarle de forma pausada y argumentada. Hoy día no es habitual ver a alguien mantener la compostura de modo tan estoico; en este caso, aguantando los apabullantes aplausos del público y las esporádicas interrupciones del presentador.

Con la presentación de su último libro este eminente pensador ha traído a colación una temática que me ha resultado interesante. Citando una serie de ejemplos históricos desarrolla el planteamiento de que la razón, creación artificial del hombre para dar mayor solidez a sus argumentos y ofrecer nuevas perspectivas, se impuso de manera imprescindible en la condición humana hasta llegar a nuestros días. Sin embargo la intuición, expresada como mecanismo natural e instintivo, ha estado presente a lo largo de toda nuestra existencia.

Así las cosas el autor explica cómo nuestra mente, previamente estimulada, trabaja en busca de la solución a un problema que le hemos planteado sin un razonamiento previo. Es decir, la respuesta puede llegar en cualquier momento, en la vertiente más pura del concepto de eureka. Se trataría en todo caso de exponer una cuestión a nuestro pensamiento y, mientras nos dedicamos a acometer otros menesteres, obtener el remedio sobre el estímulo trazado en un momento no determinado o inesperado.

Esta prevalencia de la intuición ha sido atestiguada por el autor con el ejemplo de las investigaciones llevadas a cabo por Darwin. Este investigador tuvo que enfrentarse al sólido dogma religioso del creacionismo, arropado paladinamente por el mundo cristiano, al afirmar que la amplia pluralidad de especies presentes en su momento rebasaba con creces el marco temporal establecido por los designios de la divinidad.

Por si fuera poco, y cayendo en el conformismo tan típico que ha configurado y caracteriza cotidianamente la existencia humana, las ideas de Darwin fueron denostadas de inmediato. Como siempre resulta más fácil adherirse al pensamiento unánime y borreguero del común de los mortales que ofrecer una crítica constructiva con argumentos coherentes y discordantes. Pero siempre habrá unos pocos que, guiados por su intuición, rompan moldes y razonamientos añejos y consolidados y arrojen luz sobre nuevas perspectivas que, sin ser definitivas, resulten enriquecedoras y complementarias.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Vejez, eterna maestra

Un día soleado como hoy no es propio de estas fechas otoñales y más si sales a la calle con jersey. Con este panorama he ido a visitar a mi querida abuela para ver cómo, a sus noventa y seis años, se va deteriorando un poco más. En pocos días el declive ha sido importante pero su cabeza sigue funcionando con una clarividencia envidiable. Merece la pena escuchar a nuestros mayores, aunque actualmente optemos por confinarlos en residencias, desentendernos y dedicarles unas tristes horas a la semana por mera cortesía.

No siempre fue así. En la Antigüedad los ancianos ocupaban un lugar preeminente dentro de las sociedades por contar con algo que hoy sólo está en boca de las empresas a la hora de contratar a sus futuros empleados, la experiencia. Pero la experiencia a la que me refiero va más allá del sentido existente en la mediocre sociedad vigente, siendo la de nuestros antepasados la correspondiente nada menos que a la de toda una vida.

Quizás el ejemplo que más se ajusta a este planteamiento es el de la sociedad espartana. Imbricada en su andamiaje gubernativo existió la denominada Gerusía, un consejo formado por ancianos encargados de realizar tareas de especial delicadeza y para las que se requería una experiencia de profunda raigambre. Tareas como la elaboración de los proyectos legislativos, los juicios por pena de muerte o los juicios contra los reyes espartanos. De una u otra forma todas ellas tenían una proyección sobre el resto de la sociedad que confiaba su futuro a los que habían recorrido la larga senda del pasado.

Como contraste siempre recuerdo un episodio famoso de la historia reciente de España y que mi abuela me narró con todo detalle. Me estoy refiriendo a la breve tentativa republicana encabezada por los capitanes Galan y García Hernández cuando, en diciembre de 1930, sublevaron la guarnición militar de Jaca y se dirigieron a Huesca haciendo un alto en Ayerbe.

Es aquí donde por aquel entonces vivía mi abuela y donde, a sus trece años de edad, vio detenerse un convoy militar que paraba a repostar antes de emprender su camino hacia la capital. Recuerda con especial impresión  el testimonio de un guardia civil que, con la cara ensangrentada, afirmaba que los iban a matar; no se equivocaba.

A su llegada a Huesca los capitanes fueron fusilados y su arrojo los convirtió en los primeros mártires de la II República. Pero también surgieron ciertas discrepancias en el seno de los firmantes del Pacto de San Sebastián, al ser tachada la sublevación de precipitada y oportunista. El resultado, por tanto, fue dispar pero sirve para atestiguar como la impulsividad y la carencia de reflexión propia de la juventud conduce a cometer errores que, si bien pueden ser positivos, también pueden provocar consecuencias que sólo las cicatrices de la experiencia y el pensamiento pausado de la madurez son capaces de pronosticar.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Antes de ayer

Todo se detuvo en seco. Tras años viviendo una agradable rutina universitaria, admirando las múltiples facetas del pasado desde las bambalinas de este efímero presente, dejé atrás una etapa distendida de mi vida. Fueron seis años en los que empecé a conocer una parte de la esencia humana que coadyuvaría a la profunda introspección de los momentos actuales. 

Si es ahora cuando la ocasión de recordar ha llamado a mi puerta es porque he abierto mi antiguo blog como si de un viejo y desvencijado arcón se tratara. Los tesoros emocionales y polvorientos que aún albergaba en su interior me han hecho sentir de nuevo esa necesidad de trasmitir emociones que sólo el ejercicio pausado, vibrante y solitario de la escritura puede ofrecer. No es para menos, pues durante esos años viví momentos irrepetibles. 

Jamás olvidaré los paseos invernales arropados por la calidez de los adornos navideños en los que el tiempo parecía detenerse. Las niebla atravesando de forma caprichosa la forja de las farolas decimonónicas y, sobretodo, esa apariencia dulce y entrañable que me embriago a cada momento. Las tardes de novillos universitarios fueron cada vez más habituales, movidas por un puñado de nefastas ilusiones que me hicieron sufrir y aprender. 

El desamor me invadió. Aquella princesa de cabellos dorados y mirada angelical murió en brazos de mi corazón y mi mente la embalsamó en un eterno y amargo recuerdo. La vuelta a la realidad no fue agradable, pues por delante me esperaba un curso universitario que salvé in extremis y unos compañeros de vocación y cañas que me sonrieron con su habitual aire pícaro. Hoy es mi sonrisa de complicidad la que se une a la de ellos por encima de las barreras temporales. 

Aunque la intensidad de este fulgurante encaprichamiento duró casi un año, hubo otros muchos episodios que no desmerecerían una miríada de buenas palabras e inmortales carcajadas. Todos permanecen en una mente nostálgica que, en este momento, mira más al futuro que quedarse detenida en el presente. En efecto, un día no muy lejano todo acabo y volví a la que había sido mi ciudad adoptiva durante la mayor parte de mi existencia, teniendo que afrontar nuevos retos, metas y reflexiones. 

Ahora comienza una nueva etapa de pensamientos que espero sea tan gratificante y disparatada como en su día fue la anterior. Mi único deseo es que sean escuchadas por algún soñador que, como yo, se deja llevar día a día por los derroteros de la imaginación y consigue desinhibirse por un momento de este alocado mundo en el que vivimos. Retomar la escritura y mantener el pulso de este blog serán mis propósitos para este año. Sed bienvenidos.