domingo, 6 de octubre de 2013

Veteranos

Pocas horas atrás regresaba a casa entre los abrazos de la madrugada. Ni siquiera recordaba lo que era una noche épica, de las de antes, de las que ya no abundan. La calidez de las conversaciones interesantes, la atmosfera cargada de nicotina y el trasiego de botellas de vino refinado entre los comensales ya presagiaban una buena salida.

Comenzamos entre una degustación de setas, tomates y embutidos. Como si de un homenaje a nuestra tierra se tratara, el chef puso el broche de oro a la creatividad de cada uno de sus platos y nos elogio con una brillante clase magistral sobre las variedades y el cuidado de los productos que había aderezado. Aún quedan lugares de arraigada tradición culinaria con los que las grandes empresas de comida basura no han podido, a pesar de subsistir con un hálito suave y débil pero decidido.

Proseguimos nuestra particular celebración por la solitaria vida nocturna. Aunque no por mucho tiempo, pues por delante quedaba la sorpresa de un ambiente cambiante asaltado por una muchedumbre más que sedienta. Y así, lingotazo tras lingotazo, continuo el homenaje a los veinticinco, con ganas de dar mucha guerra y de lucir las cicatrices de la experiencia bajo las rutilantes ráfagas de la luna junto con mis egregios acompañantes vitales. No es la emoción, sólo el peso de los años y la majestuosidad que desprende la veteranía.

Imagen: Nighthawks, de Edward Hopper 

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