miércoles, 23 de abril de 2014

Redención

Hay un lugar en el que la vida y la muerte se dan la mano. La atmósfera de un hospital a nadie le es indiferente, las situaciones tampoco. Desde el futuro y la esperanza al pasado, la reflexión y la entereza. Todo se entrama en un torbellino de emociones que corretea por las frías estancias, mientras la vida cotidiana sigue su curso ahí fuera.

Esta ambigüedad mental encuentra su afirmación en el color. El blanco mezcla todos estos elementos en nuestro cerebro y predispone nuestros pensamientos a una interpretación confusa. Podemos abandonar la noción del tiempo gracias a su vacuidad o tomar su luminosidad como un sentimiento de fortaleza.

En todo caso impera lo insólito. La rutina hospitalaria llega como algo inesperado y poco agradecido que, de prolongarse, te impone una armadura impenetrable a la hora de afrontar tus problemas y preocupaciones de vuelta al mundo exterior. No siempre se puede contar con la suerte de disfrutar de una atención diligente que permita salvaguardar la frialdad del entorno pero, de tenerla, todo resulta más llevadero.

En definitiva se trata de experiencias poco recomendables pero importantes de vivir ¿qué sería de nuestra existencia si todo fuera un camino de rosas, si no supiéramos lo que son las largas horas de impaciencia y cansancio y la satisfacción de saber afrontarlo? Las cicatrices son fundamentales y si tienes el honor de aprender de alguien que las cuenta por decenas todavía más. 

lunes, 14 de abril de 2014

Devaneos del más allá

Creer en lo imposible es un pensamiento eterno. Desde siempre la mente humana ha sentido, y siente, la necesidad de entregarse a cuestiones indemostrables. Me refiero a la presencia de entes supremos, utopías u otras ilusiones con las que hacer frente a las inquietudes del día a día. Así la incansable búsqueda inconsciente de realidades intangibles cobra un atractivo inefable que perdura a lo largo de nuestro devenir.

He aquí el punto de partida de la argumentación. La angustia que puede crear esta clase de dogmas ilusorios impulsa, por instinto, a refugiarnos en la ostentación y el gusto por lo llamativo para dar una perspectiva física a esa realidad subjetiva o mental que nos inquieta. Ello conduce a la eterna paradoja del individuo: la creación de un pensamiento que está por encima de la realidad rodeado con tintes o caracteres propios de esa realidad de la que trata de alejarse.

Reflexionemos un momento sobre las posibilidades de esta idea. Los rasgos familiares implícitos en esa realidad lejana intervienen para atenuar la impaciencia por lo inexplicable y le aportan una empatía muy reveladora para el que sigue sus pasos. Es ese vínculo el que permite, a quienes son conscientes de él, de utilizarlo para convencer a otros de la importancia o valor que tiene seguir el dogma que propugnan. O lo que es lo mismo: los que comprenden la esencia de un ideal pueden utilizarlo para seducir a los que sienten la necesidad de creer en algo diciéndoles lo que quieren escuchar y, de este modo, lucrarse personalmente o dirigirlos según su propia voluntad.

Los ejemplos son interminables. Sectas de todo tipo, religiones, modelos políticos…Todos condensan la fuerza de lo invisible, todos desprenden esa fascinación por lo desconocido que apacigua las dudas existenciales de sus fieles seguidores. Sin duda la proyección de lo desgranado hasta el momento en las organizaciones, o estructuras fácticas que le dan objetividad, supone un triunfalismo aterrador que arroja luz sobre los instintos más nebulosos y bajos de nuestra especie. A pesar de que siempre nos ha acompañado a la hora de relacionarnos en otros ámbitos, más allá de la espontaneidad del ambiente social en el que nos movemos.

¿Qué ocurre cuando eres consciente de algo así? ¿En qué puedes creer cuando observas que el barniz religioso, político o económico que percibes con los ojos no es suficiente para camuflar esos matices de dominio, control y ambición a los que responde nuestra propia naturaleza? Mi pensamiento a día de hoy está huérfano por completo y sólo intenta comprender todo sin ser capaz de simpatizar con nada; prosigue su camino sin resignarse en la indagación de un ideal que permita saciar sus interminables dudas sobre la infinidad del entorno.