domingo, 22 de septiembre de 2013

Vejez, eterna maestra

Un día soleado como hoy no es propio de estas fechas otoñales y más si sales a la calle con jersey. Con este panorama he ido a visitar a mi querida abuela para ver cómo, a sus noventa y seis años, se va deteriorando un poco más. En pocos días el declive ha sido importante pero su cabeza sigue funcionando con una clarividencia envidiable. Merece la pena escuchar a nuestros mayores, aunque actualmente optemos por confinarlos en residencias, desentendernos y dedicarles unas tristes horas a la semana por mera cortesía.

No siempre fue así. En la Antigüedad los ancianos ocupaban un lugar preeminente dentro de las sociedades por contar con algo que hoy sólo está en boca de las empresas a la hora de contratar a sus futuros empleados, la experiencia. Pero la experiencia a la que me refiero va más allá del sentido existente en la mediocre sociedad vigente, siendo la de nuestros antepasados la correspondiente nada menos que a la de toda una vida.

Quizás el ejemplo que más se ajusta a este planteamiento es el de la sociedad espartana. Imbricada en su andamiaje gubernativo existió la denominada Gerusía, un consejo formado por ancianos encargados de realizar tareas de especial delicadeza y para las que se requería una experiencia de profunda raigambre. Tareas como la elaboración de los proyectos legislativos, los juicios por pena de muerte o los juicios contra los reyes espartanos. De una u otra forma todas ellas tenían una proyección sobre el resto de la sociedad que confiaba su futuro a los que habían recorrido la larga senda del pasado.

Como contraste siempre recuerdo un episodio famoso de la historia reciente de España y que mi abuela me narró con todo detalle. Me estoy refiriendo a la breve tentativa republicana encabezada por los capitanes Galan y García Hernández cuando, en diciembre de 1930, sublevaron la guarnición militar de Jaca y se dirigieron a Huesca haciendo un alto en Ayerbe.

Es aquí donde por aquel entonces vivía mi abuela y donde, a sus trece años de edad, vio detenerse un convoy militar que paraba a repostar antes de emprender su camino hacia la capital. Recuerda con especial impresión  el testimonio de un guardia civil que, con la cara ensangrentada, afirmaba que los iban a matar; no se equivocaba.

A su llegada a Huesca los capitanes fueron fusilados y su arrojo los convirtió en los primeros mártires de la II República. Pero también surgieron ciertas discrepancias en el seno de los firmantes del Pacto de San Sebastián, al ser tachada la sublevación de precipitada y oportunista. El resultado, por tanto, fue dispar pero sirve para atestiguar como la impulsividad y la carencia de reflexión propia de la juventud conduce a cometer errores que, si bien pueden ser positivos, también pueden provocar consecuencias que sólo las cicatrices de la experiencia y el pensamiento pausado de la madurez son capaces de pronosticar.