martes, 1 de octubre de 2013

Ínfulas de madurez

Con veinticinco años juegas en otro nivel. Tienes más de un traje en tu armario para las cenas que cada fin de año celebra la empresa en la que trabajas; le recuerdas a tu novia que cada día es más preciosa que el anterior y que con cada una de sus sonrisas podrías vivir una eternidad; te mueves en un coche que estás empezando a pagar a plazos desde hace nada; y, por supuesto, te juntas con los amigos, que trabajan desperdigados fuera de casa, para tomar unas copas y hablar de valores bursátiles, iniciativas legislativas o, simplemente, de los viejos tiempos.

De ser cierto todo rezumaría perfección y equidad pero ya no vives en los ochenta o los noventa. Llegar a los veinticinco en este momento en sinónimo de desolación y de dolorosas decepciones; o eso parece. La sociedad vigente todavía se alimenta de un arquetipo de veinteañero postuniversitario que accede con suma facilidad al mundo laboral y cuyas metas más o menos próximas se guían por saciar apetencias materiales que, ahora mismo, resultan inalcanzables y se han asociado erróneamente a la madurez.

Se respira una presión social que no resulta novedosa. Hubo otras épocas en que las metas establecidas por el propio devenir de la sociedad eran completamente diferentes y se llegaba a criticar o desconfiar del que no las conseguía. Este es sin duda uno de los grandes errores del ser humano que, como animal social, sigue repitiendo día tras día. Debemos desterrar la idea ampliamente extendida de que lo correcto o lo que procede es lo que más gente hace; siendo lo minoritario motivo de mofa, extrañeza o descrédito.

Va siendo hora de abrir los ojos y cambiar de perspectivas. Ni el materialismo ni el pensamiento general son el camino, ni siquiera la pretensión de caminar en busca del éxito. Disfrutar haciendo lo que nos gusta, aumentando nuestras posibilidades de cara a sentirnos en plenitud y equilibrio con nosotros mismos quizás sí lo sea. Cada persona es un mundo completamente diferente y siempre tendemos a agrupar y juzgar la realidad bajo conceptos y palabras estancas cuando lo bonito, lo que yo creo que enriquece, es aceptar, comprender y tolerar lo que percibimos como imperfecto.

Actualmente la sociedad se encuentra en un momento de cambio acelerado. La cuestión de progresar fue, ha sido y es inherente a la condición humana pero resulta completamente inútil prosperar destruyendo a la vez valores ya consolidados. Es inviable seguir avanzando sin haber asimilado previamente lo que la experiencia aporta. Nuestra economía, por ejemplo, ha llegado al absurdo de crear necesidades irrelevantes que hasta hace poco no existían (como estar comunicados a cualquier hora y prescindir de la intimidad como valor propio y de los demás), para acabar desatendiendo la supervivencia de ciertos derechos cuya conquista ha costado décadas (sanidad, educación o vivienda).

El consumismo desenfrenado no solo ha puesto en nuestras manos dispositivos de última generación, también ha hecho mella en nuestro pensamiento. La obsesión por conseguir cosas que no son tan imprescindibles como creemos se interpreta, en la mayoría de los casos, como la entrada en la edad adulta. Pero no nos equivoquemos, existe otro tipo de madurez que no se equipara a la posesión de cosas o a la autosuficiencia de la que pueda gozar un individuo por su trabajo. La madurez a la que yo me refiero parte de la observación del medio y de la reflexión pero, sobre todo, de la conversación con uno mismo. 

Debemos abandonar la idea de que nuestro objetivo es alcanzar el éxito porque de nada sirve sino estamos a gusto con nosotros mismos y de nada sirve si, como he dicho, sólo nos planteamos ese camino y dejamos de lado la posibilidad de crear tantos caminos como aptitudes poseemos o estemos dispuestos a adquirir.

Así las cosas la primera idea fundamental parte de la autocrítica. Desde el mismo momento en que seamos conscientes de que es preciso tomar las riendas de nuestra vida y asumamos las responsabilidades por nuestros actos tendremos mucho ganado. El problema viene cuando sólo nos centramos en percibir las circunstancias de dos formas: una buena y otra mala. La superación de esta percepción es el primer paso para dejar atrás la inmadurez y abrir la puerta a la tolerancia, es decir, flexibilizar nuestros criterios particulares a la hora de actuar e interactuar con los demás.

La segunda idea es la autodisciplina. Hasta ahora la disciplina ha sido esencial en nuestro crecimiento y formación pero debe ser abandonada cuanto antes. Mediante la disciplina se nos ha instruido durante largos años y nuestra mente ha estado expuesta a una constante calificación externa por parte de otros, hemos estado a la expectativa de que nuestros actos sean juzgados y corregidos por nuestros padres, profesores, etc. Sin embargo, como he dicho antes, es el momento de tomar la riendas y dejar atrás esa necesidad de calificación y agrado por/de los demás; será mejor que a partir de ahora esperemos lo justo de los demás, sin negarles nuestra ayuda cuando lo creamos conveniente, y pasemos a cimentar una conducta guiada por la aceptación y el crecimiento personal. Conducta ligada a la creación de estímulos particulares, pues ya no sólo somos alumnos, también somos nuestros propios maestros. Esto será posible si disfrutamos con lo que hacemos y consideramos que nuestro mayor premio y satisfacción supondrá convertir nuestras ilusiones en hechos. Pero para ello es requisito imprescindible comenzar por asumir responsabilidades.

La tercera idea es la templanza. Hoy en día cuando queremos algo lo queremos cuánto antes y de cualquier manera. Vivimos al límite y, habitualmente, por encima de nuestras posibilidades temporales. Es necesario alterar el planteamiento de que en la existencia todo viene seguido: nacimiento, educación, curro, jubilación y muerte. En la vida existen periodos de transición en los que reina la incertidumbre por el futuro y, desgraciadamente, nos refugiamos más de lo recomendable en ella. Uno de los momentos en los que esta incertidumbre aflora es al terminar la universidad y, particularmente, en la dificultad para encontrar trabajo tal y como lo ha planteado la coyuntura económica actual.

Ante esto podemos seguir lamentándonos por nuestra desgracia y esperar a que alguien llame a nuestra puerta para ofrecernos trabajo (jajaja); o podemos aprovechar los mejores años de nuestra vida para realizar una inversión a largo plazo y continuar preparándonos de cara a ese futuro que tanto tememos. En los tiempos de fuertes cambios que vivimos es muy recomendable estar atento a nuevas oportunidades o a la elaboración de fórmulas que pueden llegar a darnos de comer sin ni siquiera tirar de nuestro título universitario. La clave es reinventar y reinventarse. Lo que ya parece más complicado y atípico es invertir tiempo en pensar.

Si aunamos estas tres ideas podremos obtener ciertas ventajas y ampliar nuestro abanico de posibilidades. Como he dicho no creo que buscar el éxito, ni pensar que estamos abocados al fracaso sea la mejor opción: la clave es adaptarse y cuanto más hábilmente lo hagamos más aumentaran nuestras opciones. 

Huelga decir que no nos tenemos que dejar mediatizar por la opinión de medios de comunicación, políticos y demás parafernalia con la que nos acribillan diariamente, salvo en el caso en el que estemos dispuestos a discernir entre estar al día y dejarnos llevar por el pesimismo que parece acecharnos. Es lamentable que los sistemas educativos planteados por cada uno de los partidos que se alternan en el poder hayan provocado en el ciudadano la asociación de la cultura con los libros de autoayuda y no, por ejemplo, de literatura del Siglo de Oro o ensayos de diversa temática.

No es bueno que esperemos sentados a que sean ellos los que hagan su trabajo, seamos nosotros los que atendamos nuestras aspiraciones sin dependencias absurdas. Acabo de cumplir veinticinco años y aquí estoy más vivo que nunca, con planes para mi futuro en medio de esta tormenta de pesimismo. Y aunque mi camino no lo jalonan rosas os aseguro que mis pasos son firmes y la senda que dejo atrás el resultado de mis decisiones, para bien o para mal.

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