martes, 18 de febrero de 2014

La locomotora

Viajar es maravilloso. Estudios psicológicos han señalado que cuando la mente se expone a realidades culturales diferentes a las cotidianas se activan los mismos circuitos neuronales que los presentes en los años de la infancia. Más allá de lo fisiológico, y desde lo personal, creo que el pensamiento gana en tolerancia, se libera de prejuicios y afila su raciocinio. En cualquier estación o aeropuerto el tiempo parece detenerse, las historias se entrecruzan y el ajetreo de maletas y transeúntes trasmite una sensación de caos efímero muy reconfortante.


Esta vez he repetido país de destino. En un par de semanas hará un año que conocí Berlín y disfrute de una de las capitales europeas más cosmopolitas y sorprendentes. Ahora mis pasos me han llevado a casa de un viejo amigo en el extremo más occidental de Alemania; para ser más precisos al pueblo de Düren, en pleno corazón de Renania-Westfalia. Hace unos diez días que aterricé en Colonia bajo un manto de frío y lluvia con las migrañas habituales de la época de exámenes.

Había llegado a la tierra de las oportunidades. La estampa no podía ser más gris: cielo encapotado, ambiente gélido y temperamento distante hacia los foráneos; esta tónica se mantendría a lo largo de mi aventura con contadas excepciones. El paraíso de Europa rezuma una moralidad hueca, de doble rasero, entre lo que se ve desde fuera y lo que se percibe en el interior de sus entrañas. Es innegable que la economía alemana atraviesa un momento colosal, una “locomotora” pilotada con mano de hierro por una de las mujeres más influyentes del mundo. Pero ¿a qué precio?

Considero que generalizar implica infravalorar muchos de los elementos que sentenciamos con facilidad en un solo juicio. Sin embargo, he podido percibir un rechazo visceral a los inmigrantes -en especial a los del arco mediterráneo- que, por su falta de coherencia, invita a retrotraerse a épocas oscuras de odio y sinrazón. No se manifiesta abiertamente y no es extrapolable a todo ciudadano pero, a nivel general, se intuye una actitud refugiada en esa burda superioridad “nacional” que tantos errores llevó a cometer en el pasado.

Estos claroscuros no eclipsan los tesoros artísticos y patrimoniales con los que cuenta esta zona. A pesar de la dureza de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial se pueden admirar las inmensas colecciones de vidrio romano, testigos mudos del floreciente comercio romano en la zona de Colonia; la catedral gótica, con una interminable lista de calificativos para ensalzar su majestuosidad; o los restos del palacio de Carlomagno, con la capilla palatina de Aquisgrán como deslumbrante joya arquitectónica que, durante siglos, acogió las ceremonias de coronación de los emperadores del Sacro Imperio Germánico, reminiscencia fundamental del antiguo esplendor imperial romano.

¿Y qué decir de la cerveza y el chocolate? Si en los próximos meses el dentista me dice que tengo caries no me resultará extraño. No recuerdo haber comido tanto chocolate, chucherías y cerveza a un precio tan asequible. Los variados tipos de Kölsch y la Veltins a un euro el litro han sido un manjar habitual a lo largo de estas vacaciones, mientras la cercanía de las fábricas de Llindt y Haribo hace de los supermercados lugares con una amplia variedad de dulces que te devuelven a la infancia.

Por otra parte las bombas no fueron tan “agradecidas” con el pueblo de Düren. A diferencia de los combates callejeros de Aquisgrán, en este pueblo la destrucción fue casi del cien por cien y se convirtió en uno de los núcleos más bombardeados de toda Alemania. El objetivo clave fue el complejo industrial que suministraba calzado al ejército nazi, así como elementos de la uniformidad, aunque es evidente que también hubo un gran número de víctimas civiles. En diversos lugares del pueblo aún hoy se recuerda con monolitos el lugar desde donde se trasladaba por ferrocarril a los judíos a los campos de concentración o el antiguo emplazamiento de una sinagoga hoy inexistente.

Estas son mis impresiones sobre esta zona de Alemania. He notado claros contrastes con Berlín pero ya se sabe que las metrópolis o las capitales no recogen la identidad de todo el territorio que encabezan, sino que suelen condensar una pluralidad cultural que trasciende las fronteras del propio país. Espero poder regresar en los próximos meses.

Tschüss