jueves, 18 de septiembre de 2014

Carta del 2014

Hoy, después de mucho tiempo, me he decidido a revolver en el trastero. Ahí, entre un tresillo tapizado con mimo de artesano y deteriorados álbumes de fotos, han aparecido auténticas joyas literarias del Siglo de Oro y muchos de los manuscritos que escribió mi abuelo en sus ratos libres. Cada uno de sus vaivenes emocionales, su insaciable curiosidad y ese temperamento melancólico que nos regalaba día tras días hasta hace unas pocas semanas; ya para la posteridad.

De todos ellos he reparado en uno con fecha de septiembre de 2014. Su contenido aúna las dudas de un veinteañero, las inquietudes de un ciudadano perdido entre las marañas de su propia realidad y las ambiciones de un inconformista. Leer estas líneas cincuenta años después, en pleno 2064, aún resulta alentador:

¿Hacia dónde nos dirigimos? Nuestro mundo está cambiando a pasos agigantados delante de nuestras narices y ni siquiera somos conscientes de ello. Las innovaciones tecnológicas de la última década han alterado nuestros patrones de interacción social y ritmo vital. Nos encontramos en medio de la Tercera Revolución, al menos de las documentadas como tal.

Consecuencia de este empuje es la consolidación de la Globalización. El ajetreo de los circuitos comerciales ha llevado a la búsqueda de nuevas formas de comunicación más instantáneas y eficientes pero también ha tenido una importante proyección política en el campo de las relaciones entre estados. Así los viejos estados nacionales caminan, inexorablemente, hacia su desmembración; para acabar incardinándose, como ya está ocurriendo, en realidades supranacionales o regionales.

¿Cómo revierte este proceso en el sentir general? Mediante una crisis de identidad. La desubicación de los ciudadanos, junto a la crisis financiera, inmobiliaria (en nuestro caso) e incluso axiológica, también está influyendo en nuestra constante forma de percibir el entorno que nos rodea. Como si nuestras espaldas cargaran con una pesada losa que no nos corresponde. Pero existen precedentes.

En efecto, podríamos referirnos a otros periodos revolucionarios. En su seno se produjo un agotamiento de las formas de producción tradicionales que fueron mutando hasta adaptarse a la vanguardia tecnológica, con mayor o menor dinamismo según las naciones. En este contexto todos los que hicieron fortuna fueron adalides de su propio ingenio, dando como resultado nuevos inventos que estimularon aún más el proceso de cambio estructural.

¿Qué hacer hoy en día? Creo debemos tomar el testigo de las generaciones que nos preceden. Nosotros seremos los que, con más pena que gloria, viviremos peor que nuestros padres e hijos (si llegan) pero alumbraremos importantes innovaciones en todos los ámbitos abriendo un periodo completamente diferente a los anteriores. Nada es igual después de una crisis -como sinónimo de renovación- ni mejor, ni peor; simplemente diferente.

Le hecho una foto al texto, la he retocado con una App rudimentaria y la voy a imprimir con el móvil; quiero que el trazo nervioso de estas letras me recuerde, día a día, cada una de las cosas que conozco y poseo gracias al sacrificio de esa generación de activistas y soñadores ¡¿Será que hemos perdido las ganas de luchar?!

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