lunes, 14 de abril de 2014

Devaneos del más allá

Creer en lo imposible es un pensamiento eterno. Desde siempre la mente humana ha sentido, y siente, la necesidad de entregarse a cuestiones indemostrables. Me refiero a la presencia de entes supremos, utopías u otras ilusiones con las que hacer frente a las inquietudes del día a día. Así la incansable búsqueda inconsciente de realidades intangibles cobra un atractivo inefable que perdura a lo largo de nuestro devenir.

He aquí el punto de partida de la argumentación. La angustia que puede crear esta clase de dogmas ilusorios impulsa, por instinto, a refugiarnos en la ostentación y el gusto por lo llamativo para dar una perspectiva física a esa realidad subjetiva o mental que nos inquieta. Ello conduce a la eterna paradoja del individuo: la creación de un pensamiento que está por encima de la realidad rodeado con tintes o caracteres propios de esa realidad de la que trata de alejarse.

Reflexionemos un momento sobre las posibilidades de esta idea. Los rasgos familiares implícitos en esa realidad lejana intervienen para atenuar la impaciencia por lo inexplicable y le aportan una empatía muy reveladora para el que sigue sus pasos. Es ese vínculo el que permite, a quienes son conscientes de él, de utilizarlo para convencer a otros de la importancia o valor que tiene seguir el dogma que propugnan. O lo que es lo mismo: los que comprenden la esencia de un ideal pueden utilizarlo para seducir a los que sienten la necesidad de creer en algo diciéndoles lo que quieren escuchar y, de este modo, lucrarse personalmente o dirigirlos según su propia voluntad.

Los ejemplos son interminables. Sectas de todo tipo, religiones, modelos políticos…Todos condensan la fuerza de lo invisible, todos desprenden esa fascinación por lo desconocido que apacigua las dudas existenciales de sus fieles seguidores. Sin duda la proyección de lo desgranado hasta el momento en las organizaciones, o estructuras fácticas que le dan objetividad, supone un triunfalismo aterrador que arroja luz sobre los instintos más nebulosos y bajos de nuestra especie. A pesar de que siempre nos ha acompañado a la hora de relacionarnos en otros ámbitos, más allá de la espontaneidad del ambiente social en el que nos movemos.

¿Qué ocurre cuando eres consciente de algo así? ¿En qué puedes creer cuando observas que el barniz religioso, político o económico que percibes con los ojos no es suficiente para camuflar esos matices de dominio, control y ambición a los que responde nuestra propia naturaleza? Mi pensamiento a día de hoy está huérfano por completo y sólo intenta comprender todo sin ser capaz de simpatizar con nada; prosigue su camino sin resignarse en la indagación de un ideal que permita saciar sus interminables dudas sobre la infinidad del entorno. 

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