Ya ha comenzado el verano. Ha
entrado entre titubeos: sin calor agobiante, con algunas tormentas y un
continuo baile de grados. El sonido melódico de los pájaros entonando sus
siringes marca el principio de cada nueva jornada, que muere con el silencio de
estos particulares anfitriones. Un pequeño detalle que pasa completamente
inadvertido para alguien de la capital que ha elegido el retiro rural para
entregarse al conocimiento de la ciencia jurídica. Un torpe urbanita que poco a
poco busca aclimatarse a este mundo desistiendo, impotente, en su intento.
No es atrevido catalogar los
tiempos que corren como revolucionarios. Nuestras vidas cada vez resultan más "fáciles" gracias al compendio de innovaciones tecnológicas que vamos
asimilando día tras día. La posibilidad de comunicarnos ininterrumpidamente ha
desdibujado los márgenes de la intimidad del ser humano para proporcionarle un
cariz renovado, un soplo de aire fresco junto al elemento que mejor nos define,
la sociabilidad.
Renunciar parcialmente a estos
ingenios tecnológicos siempre da que pensar. Y más en este entorno campestre en
el que el siglo XXI parece postergarse. Para empezar el tiempo se dilata y el
día cunde hasta extremos difíciles de imaginar; el mundo hace ademán de
detenerse ante la ausencia de información instantánea, dejando una sensación de
angustia, primero, y de libertad, después; las contadas conexiones con el mundo
exterior acaban por resultar extrañas e, incluso llamativas. Con todo, es
inevitable caer en la cuenta, después de algunos días en medio de la nada, de las
posibilidades que nos brinda nuestra mente y como ésta acaba por atrofiarse entre
estos "prometedores avances". ¿A dónde quiero llegar?
Concretamente al Antiguo Egipto. Desplegadas
en ordenadas hileras las bancadas se suceden simultáneamente en el
inconfundible espacio diáfano del aula de una facultad. Las caras de los
alumnos escrutan con atención un punto de la estancia. Del frontal de la
pizarra, surcada por palabras lanzadas y vertiginosas perfiladas en tiza,
-signo inconfundible de la mente brillante de su autor-, cuelga un mapa de la
cuenca Mediterránea rematado por un título en alemán y con el río Nilo en
primer término, flanqueado por una amplia diversidad de símbolos y nombres
inapreciables desde el pupitre. A su vera un individuo de imponente estatura
acciona con precisión y mesura sus brazos, sincronizándolos con cada expresión
de su rostro y palabra que articula su poderosa mandíbula.
Hay personas que marcan
inevitablemente tu existencia, aquella era una de ellas. Como apasionado y
experto en religiones ancestrales pérdidas en la noche de los tiempos el
profesor nos planteó una de sus enriquecedoras reflexiones: "Imaginen
verse desprovistos de todos esos artefactos que han convertido en
imprescindibles dentro de su rutina. Ahora levántense de sus sitios, abandonen
el aula, tomen asiento en alguna duna remota del Egipto de los faraones y oteen
la infinidad del horizonte; mediten sobre lo que perciben a través de sus
sentidos. El viento dibujando formas caprichosas en la arena y acariciando las
crestas de los innumerables montículos, algún rastro marchito de vegetación,
ejemplares faunísticos vagando sin rumbo o caravanas de mercaderes avanzando a
un ritmo soporífero."
A estas alturas la expresión hipnótica
de los pupilos sólo podía presagiar un espectacular final. "Sé lo que
están pensando y sí, puede haber alguna forma de vida capaz de soportar esas
condiciones tan adversas ¿Pero cómo podrían explicar, desde su perspectiva de
espectadores privilegiados, la sensación que les causa observar el errático
movimiento de las aves sobre el cielo o de otros animales en tierra? ¿Cuál es
su papel en la inmensidad de esa desolada y silenciosa estampa?" Todos
esperaban expectantes la respuesta a una pregunta sobre la que nadie iba a
postularse, en medio de una pausa interminable.
"Aquellas formas de vida
eran la manifestación más certera de la divinidad. Si no me creen levántense y
caminen con decisión hacia la pirámide o necrópolis más cercana, penetren en su
interior antorcha en mano y contemplen los relieves de las cámaras funerarias.
Ahí están. Todos esos animales representados en una posición jerárquica
preeminente, fundidos con formas antropomorfas y gesticulando para la
posteridad sobre filas de individuos sumisos en disposición de alguna acción
reiterativa, laboral o de adoración, dirigidas a sus deidades." La
clase al completo no salía de su asombro.
"La observación de la naturaleza
más inmediata proporcionó a la sociedad egipcia unas deidades ligadas a cada
una de la zonas del Nilo, en representación de sus matices culturales, vitales
o del más allá ¿Son ahora conscientes de como nuestro progreso nos ha llevado a
dominar ese entorno salvaje y, por ende, acabar con la esencia de misterio e
infinidad con el que era percibido por nuestros antepasados? ¿Entienden hasta
qué punto la tecnología ha alterado nuestras aptitudes naturales de observación
y reflexión para delegarlas en aparatos diminutos que acaban con toda posibilidad
de ingenio? Sí algún día dominamos el cielo y otros planetas ¿la dimensión celestial
en la que situamos a nuestro dios cambiará y ellos desaparecerán con ella?
Créanme, las religiones no son más que la proyección de nuestros temores más
ocultos, la adoración de lo inexplicable y misterioso; el límite entre lo
conocido y lo que está por conocer, entre la ciencia y la fe. Salgan a la calle
y, si lo necesitan, busquen a sus dioses: al músico de la esquina, al
kiosquero, al taxista o al perro-guía del vendedor de cupones. Pero si eligen
el otro camino, el de la duda, la asimilación, el conocimiento, la cuidada
reflexión; no habrá dios que colme sus temores porque el que conoce no teme y
el que no teme nunca se detiene." La clase prorrumpió en un sonoro
aplauso mientras el profesor asentía entusiasmado en señal de profundo
agradecimiento.
Ya hace un rato que el sonido
melódico de los pájaros se ha apagado. Sonrío recordando aquellas lecciones
magistrales que hoy forman parte de mis gratos recuerdos y de la experiencia.
Con una cantidad considerable de vino en el cuerpo, después de varios asaltos a
los toneles de la bodega, despacho estás últimas líneas. Otra agotadora jornada
rural termina para mí.