Hoy, después de mucho tiempo, me he decidido a revolver en
el trastero. Ahí, entre un tresillo tapizado con mimo de artesano y deteriorados
álbumes de fotos, han aparecido auténticas joyas literarias del Siglo de Oro y
muchos de los manuscritos que escribió mi abuelo en sus ratos libres. Cada uno
de sus vaivenes emocionales, su insaciable curiosidad y ese temperamento
melancólico que nos regalaba día tras días hasta hace unas pocas semanas; ya
para la posteridad.
De todos ellos he reparado en uno con fecha de septiembre de
2014. Su contenido aúna las dudas de un veinteañero, las inquietudes de un
ciudadano perdido entre las marañas de su propia realidad y las ambiciones de
un inconformista. Leer estas líneas cincuenta años después, en pleno 2064, aún resulta
alentador:
¿Hacia dónde nos
dirigimos? Nuestro mundo está
cambiando a pasos agigantados delante de nuestras narices y ni siquiera somos
conscientes de ello. Las innovaciones tecnológicas de la última década han
alterado nuestros patrones de interacción social y ritmo vital. Nos encontramos
en medio de la Tercera Revolución, al menos de las documentadas como tal.
Consecuencia de este
empuje es la consolidación de la Globalización. El ajetreo de los circuitos
comerciales ha llevado a la búsqueda de nuevas formas de comunicación más instantáneas
y eficientes pero también ha tenido una importante proyección política en el
campo de las relaciones entre estados. Así los viejos estados nacionales caminan,
inexorablemente, hacia su desmembración; para acabar incardinándose, como ya está
ocurriendo, en realidades supranacionales o regionales.
¿Cómo revierte este
proceso en el sentir general? Mediante una crisis de identidad. La desubicación
de los ciudadanos, junto a la crisis financiera, inmobiliaria (en nuestro caso)
e incluso axiológica, también está influyendo en nuestra constante forma de
percibir el entorno que nos rodea. Como si nuestras espaldas cargaran con una
pesada losa que no nos corresponde. Pero existen precedentes.
En efecto, podríamos
referirnos a otros periodos revolucionarios. En su seno se produjo un
agotamiento de las formas de producción tradicionales que fueron mutando hasta
adaptarse a la vanguardia tecnológica, con mayor o menor dinamismo según las naciones.
En este contexto todos los que hicieron fortuna fueron adalides de su propio
ingenio, dando como resultado nuevos inventos que estimularon aún más el
proceso de cambio estructural.
¿Qué hacer hoy en día?
Creo debemos tomar el testigo de las generaciones que nos preceden. Nosotros
seremos los que, con más pena que gloria, viviremos peor que nuestros padres e
hijos (si llegan) pero alumbraremos importantes innovaciones en todos los
ámbitos abriendo un periodo completamente diferente a los anteriores. Nada es
igual después de una crisis -como sinónimo de renovación- ni mejor, ni peor;
simplemente diferente.
Le hecho una foto al texto, la he retocado con una App
rudimentaria y la voy a imprimir con el móvil; quiero que el trazo nervioso de
estas letras me recuerde, día a día, cada una de las cosas que conozco y poseo
gracias al sacrificio de esa generación de activistas y soñadores ¡¿Será que
hemos perdido las ganas de luchar?!
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