Un
día soleado como hoy no es propio de estas fechas otoñales y más si sales
a la calle con jersey. Con este panorama he ido a visitar a mi querida abuela
para ver cómo, a sus noventa y seis años, se va deteriorando un poco más. En
pocos días el declive ha sido importante pero su cabeza sigue funcionando con
una clarividencia envidiable. Merece la pena escuchar a nuestros mayores, aunque
actualmente optemos por confinarlos en residencias, desentendernos y dedicarles
unas tristes horas a la semana por mera cortesía.
No
siempre fue así. En la Antigüedad los ancianos ocupaban un lugar preeminente
dentro de las sociedades por contar con algo que hoy sólo está en boca de las
empresas a la hora de contratar a sus futuros empleados, la experiencia. Pero
la experiencia a la que me refiero va más allá del sentido existente en la mediocre
sociedad vigente, siendo la de nuestros antepasados la correspondiente nada
menos que a la de toda una vida.
Quizás
el ejemplo que más se ajusta a este planteamiento es el de la sociedad
espartana. Imbricada en su andamiaje gubernativo existió la denominada Gerusía,
un consejo formado por ancianos encargados de realizar tareas de especial
delicadeza y para las que se requería una experiencia de profunda raigambre. Tareas
como la elaboración de los proyectos legislativos, los juicios por pena de
muerte o los juicios contra los reyes espartanos. De una u otra forma todas ellas
tenían una proyección sobre el resto de la sociedad que confiaba su futuro a
los que habían recorrido la larga senda del pasado.
Como
contraste siempre recuerdo un episodio famoso de la historia reciente de España
y que mi abuela me narró con todo detalle. Me estoy refiriendo a la breve
tentativa republicana encabezada por los capitanes Galan y García Hernández cuando,
en diciembre de 1930, sublevaron la guarnición militar de Jaca y se dirigieron
a Huesca haciendo un alto en Ayerbe.
Es
aquí donde por aquel entonces vivía mi abuela y donde, a sus trece años de
edad, vio detenerse un convoy militar que paraba a repostar antes de emprender
su camino hacia la capital. Recuerda con especial impresión el testimonio de un guardia civil que, con la
cara ensangrentada, afirmaba que los iban a matar; no se equivocaba.
A
su llegada a Huesca los capitanes fueron fusilados y su arrojo los convirtió en
los primeros mártires de la II República. Pero también surgieron ciertas
discrepancias en el seno de los firmantes del Pacto de San Sebastián, al ser
tachada la sublevación de precipitada y oportunista. El resultado, por tanto,
fue dispar pero sirve para atestiguar como la impulsividad y la carencia de
reflexión propia de la juventud conduce a cometer errores que, si bien pueden
ser positivos, también pueden provocar consecuencias que sólo las cicatrices de
la experiencia y el pensamiento pausado de la madurez son capaces de pronosticar.
1 comentario:
Chapeau¡¡¡
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