Todos hemos sido alguna
vez especuladores inmobiliarios gracias a él. Aunque lo mío era más invertir en
plan agresivo, en plan “Pocero”, dada la costumbre de mi querido abuelo de
ahorrar y ahorrar sin apenas comprar calles. El final ya os lo podéis imaginar,
el nieto sonriendo satisfecho con el tablero lleno de edificios y montañas de
billetes por enésima vez. Algo tan simple como un tablero
de cartón, unos trozos de papel y unas fichas de metal y plástico podía convertirse en un disfrute de horas.
Pero más llamativo resulta pensar en la inocencia de aquel pasatiempo. Es difícil imaginar que, merced a este juego, decenas de miles de personas consiguieran salvar la
vida en una de las mayores catástrofes vivenciadas por la Humanidad, la Segunda
Guerra Mundial. A pesar del mortífero número de víctimas, unos pocos volvieron
a nacer gracias a ese ingenio que suele anidar en las mentes
de algunos individuos en tiempos de necesidad y sinrazón.
Empecemos por el
principio. En 1939 veía la luz el MI9, sección que pasaría a encuadrarse en el
Servicio Secreto británico y tuvo como misión respaldar y facilitar la
liberación de soldados aliados apresados por los nazis. Con el tiempo uno de
los oficiales destacados en ella, Clayton Hutton, había ido acumulando de su
propia mano toda una colección de artilugios e ingenios orientados a tan ardua tarea:
brújulas, sierras, cuchillos para cortar barrotes.
Y entre tanta genialidad no podía faltar una obra maestra. La de Hutton fue algo tan simple
como un mapa pero con una característica muy especial; en su elaboración empleo un alto porcentaje de seda. No era la primera vez que este tejido resultaba
decisivo: podríamos mencionar aquí el caso de las armaduras de los mongoles y su eficiente capacidad para absorber el impacto de los proyectiles, que catapultó a estos habitantes de las estepas a convertirse en el pueblo con más
territorio conquistado en menos tiempo (desde Corea hasta
el Danubio).
Pero volvamos al mapa
de seda. La versatilidad del objeto consistió en su resistencia a las condiciones
climatológicas adversas y a su enorme ductilidad, revelándose como el
complemento perfecto a una huida bien fraguada. Llegados a este punto sólo
quedaba un obstáculo por sortear y no era nada sencillo, la distribución.
Y lo cierto es que a estos Monopoly no les faltó de nada. Su tablero (con el mapa), sus billetes (mezclados con dinero real), las fichas (brújulas con el tamaño de un botón) y las tarjetas (con pasajes bíblicos para prisioneros "descarriados"). De este modo decenas de miles de soldados aliados (unos 35.000) lograron sobrevivir a la guerra.
Todo ello sin que la Cruz Roja tuviera el más mínimo conocimiento de su propia complicidad. Demostrando, una vez más, ese habilidoso ingenio abanderado por las mentes más preclaras del espionaje que tantos momentos determinantes protagonizaron en el conflicto. Como si de una partida de ajedrez en la sombra entre jugadores con los ojos vendados se tratara.